Han pasado dos semanas desde el fin del campo de verano en Shorin-ji. Allí el transcurrir del tiempo es como el torrente que baja de la montaña. Los permanentes hemos pasado algo más de treinta días que en momentos parecían años y otras veces tan sólo algunos minutos. Igual que el agua, que a veces se deja ver en cascádas o rápidos, otras veces se arremolina y también, llegado el momento, se remansa para encontrar de nuevo un cauce por el que continuar. En Shorinji, practicando zazen y samu, escuchando los sonidos del metal, de la madera o del tambor, el tiempo no existe porque la existencia lo llena todo, absolutamente todo, sin separación alguna. En todo caso, si hay tiempo es un tiempo elástico que incluye nuestra propia realidad subjetiva, y no lo podemos atrapar.
¿Qué he aprendido en este Ango? Por ejemplo, a tener confianza, a no tener miedo de esta victoria espiritual que está presente siempre que practicamos
Al final, hubo ordenaciones de nuevos Bodhisattvas, nuevas personas de
Luego, llegar a Madrid de nuevo es como un shock. Después de una eternidad en el bosque profundo, la ciudad recuerda otra vez las preocupaciones, los temores inconscientes y la influencia de las inercias en que se mueve la gente. Pero no, algo ha cambiado. Es sutil, pero hay una transformación, esa cooperación mística de la que hablaba Bárbara en la enseñanza, y que devuelve a nuestra vida la inocencia. Nuestro entorno, claro como el agua limpia y pura de las pozas.
Hace un rato, antes de escribir, simplemente comía sandía.
Animo a todos a experimentar zazen con la sangha de Bárbara Kosen, mi maestra.
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