lunes, 13 de octubre de 2008

CRÓNICA ANGO 2008- ESCRITO POR DANIEL MUELAS


Han pasado dos semanas desde el fin del campo de verano en Shorin-ji. Allí el transcurrir del tiempo es como el torrente que baja de la montaña. Los permanentes hemos pasado algo más de treinta días que en momentos parecían años y otras veces tan sólo algunos minutos. Igual que el agua, que a veces se deja ver en cascádas o rápidos, otras veces se arremolina y también, llegado el momento, se remansa para encontrar de nuevo un cauce por el que continuar. En Shorinji, practicando zazen y samu, escuchando los sonidos del metal, de la madera o del tambor, el tiempo no existe porque la existencia lo llena todo, absolutamente todo, sin separación alguna. En todo caso, si hay tiempo es un tiempo elástico que incluye nuestra propia realidad subjetiva, y no lo podemos atrapar.

¿Qué he aprendido en este Ango? Por ejemplo, a tener confianza, a no tener miedo de esta victoria espiritual que está presente siempre que practicamos la Vïa del Buda, a entregarme tranquilamente y sin reservas a una acción que despierta y va hacia los demás. También, he aprendido lo importante de pensar y hablar con las manos, durante los días que fui Tenzo o responsable de cocina especialmente. He practicado también, en cada samu o tarea, la enseñanza de cerrar la acción: una vez que empiezas algo, has de acabarlo. Sí, tienes ganas de salir corriendo a ducharte cuando es la hora de fin de samu pero, cuidado, antes deja recogido tu lugar de trabajo y lleva cada herramienta que usaste al taller. Esto ayuda mucho a tener una conciencia menos egoísta, más allá de ti mismo pero en ti, profundamente unificado y en paz. Y, en otro sentido, no he aprendido nada de todo esto, porque no hay nada definitivo, ninguna meta a la que llegar.

Al final, hubo ordenaciones de nuevos Bodhisattvas, nuevas personas de la Vía que recibieron el pequeño gran Kesa, y con él su nombre de práctica. Fue emocionante, y una enorme felicidad por mis compañeros. Les deseo a todos alimentar siempre esta felicidad continuando en la Vía cada vez más fuertes, siendo el hogar de zazen.

Luego, llegar a Madrid de nuevo es como un shock. Después de una eternidad en el bosque profundo, la ciudad recuerda otra vez las preocupaciones, los temores inconscientes y la influencia de las inercias en que se mueve la gente. Pero no, algo ha cambiado. Es sutil, pero hay una transformación, esa cooperación mística de la que hablaba Bárbara en la enseñanza, y que devuelve a nuestra vida la inocencia. Nuestro entorno, claro como el agua limpia y pura de las pozas.

Hace un rato, antes de escribir, simplemente comía sandía.

Animo a todos a experimentar zazen con la sangha de Bárbara Kosen, mi maestra.

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